2.3.10

Pues estaba yo el otro día tan pichi echándome un cigarro en la puerta de abajo de la facultad. Llovía y estaba apoyada en la pared, y a mi lado había un señor, que no fumaba. Se conoce que le gustaba estar pasando frío y que le salpicaran las gotitas de vez en cuando.
De repente se gira y me dice "¿Qué es lo que tienes ahí en la cara?" Nótese que no abrió camino con un "hola", ni un "perdona", ni ningún prefacio de esos establecidos socialmente y que quedan tan bonitos. Así, a palo seco.
Yo, una vez superado mi estupor, contesté como siempre: "nah, son cicatrices".
"Ah", concluyó él, dándose por satisfecho. Ni "perdona si te he incomodado", ni "pensaba que se te había corrido el rimmel", ni ninguna de esas cosas que me suelen decir. La verdad es que que se saltara esta parte casi lo agradecí.
Al ratito se cansó de estar ahí como un pasmarote y se metió dentro. "Hasta luego".
Y me quedé yo con mi piti pensando en la clase de especímenes que hay por ahí sueltos y que a ese tío le había puesto ya la cruz, para cuando me lo cruzara por la facultad.





Pasada una semana (ayer) voy yo tan pichi a mi clase de los lunes y martes a la que no había ido todavía. Llegó tarde, me siento, saco las cosas y miro al profesor. No me lo puedo creer.
El individuo de la puerta de abajo.

¿Pero por qué me pasan estas cosas a mí?




La gran duda es si él también me habrá reconocido a mí.

Igual le doy pena (o se siente un gilipollas) y me aprueba...
¿no?...

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